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Abril… el 2015 asoma los últimos vestigios de sus primeros cuatro meses y, junto a ellos, nos deja cifras desgarradoras: cuarenta policías asesinados en lo que va de año, ocho de ellos en los últimos siete días. Sumado a ello, este primer cuatrimestre nos deja un récord nada jubiloso de la mayor cantidad de muertes por culpa del hampa criminal, sin hablar de sicariatos, asesinato de dirigentes sindicales, en fin… muertes por doquier.

Semejantes cifras y atroces hechos merecen un análisis; análisis poco ligero. Durante los últimos años hemos visto un discurso violento dirigido al aniquilamiento de todo aquello que se diferencia del actual proceso “revolucionario”. Cualquiera que se oponga es sancionado verbal, física o moralmente. Evidentemente, estamos ante un sistema de perversión de valores, un sistema de control social que requiere de sus peores artimañas para mantener el poder. Todo análisis de lo que está ocurriendo en Venezuela debe partir de ahí: es intencional.

¿Qué podemos concluir de hechos que se traducen en policías indefensos, mal pagados, en su mayoría honestos, que cumpliendo su deber como pueden, están expuestos a los designios de grupos irregulares y armados con autoridad? ¿Qué podemos inferir de grupos irregulares y armados que se disputan el control de una zona con la fuerza que se supone debería poner orden allí? ¿Qué podemos decir de la existencia de millones de armas ilegales en el país de la ilegalidad? ¿Quién le ha dado la autoridad a quienes deberían estar sometidos a las normas y a la fuerza del orden?

Las respuestas a estas preguntas pueden resultar obvias, pero lo que hay que entender es que ellas obedecen a un diseño claro, malévolo y lo suficientemente aterrador para que el gobierno de la mentira, la muerte y el miedo, se haya apoderado de la tranquilidad de los ciudadanos. Como bien alguien decía por allí, hace tiempo, en esta Venezuela de hoy, lo que no prohíbe el poder, lo prohíbe el miedo.

El Estado, entendido como aquel que recaba para sí con éxito el monopolio de la violencia física y legítima, es quien debe velar, en principio, por la seguridad de sus ciudadanos. Cuando vemos que matan policías, que los militares están vendiendo comida en lugar de ocuparse de la defensa de la nación, que los colectivos armados tienen más poder que cualquier autoridad, cuando el hampa azota y la seguridad escasea; en fin, cuando vemos todo eso, entendemos que el Estado no está siendo exitoso en mantener el monopolio de la violencia física y legítima. Es decir, en el mismo momento que se disputa ese monopolio con otros grupos armados que él mismo se encargó de darles poder, estamos en lo que comienza a llamarse Estado fallido. Pero hay algo más espeluznante todavía: así lo quieren. Quieren ser exitosos en el hecho de no tener éxito sobre su función primordial: la seguridad.

Puede sonar confuso pero, en efecto, el régimen promueve la violencia a través del uso de toda la fuerza del Estado para reprimir, perseguir y atacar a quienes piensan distinto y, a su vez, disputa todo ese poder con grupos que le sirven de defensa a su poder. Dicho de otro modo, necesitan mantenerse en el poder sea como sea, así eso pase por desmantelar al Estado, como ha venido ocurriendo… ¿Quedan dudas de sus intenciones?

Nadie pone en duda que Venezuela fuera una sociedad democrática hasta 1998. Sí, había problemas, como los tiene cualquier nación, pero los ciudadanos, poco a poco, sentían que podían tener al menos una vida digna… ¿Qué mejor forma de controlar a la sociedad cambiando esa sensación? ¿Qué mejor forma de afianzar un proyecto político que sólo le importa el poder por el poder? Hambre y miedo, la mejor forma de control que encuentran los peores cuando llegan al poder.

Cuando vemos como la gente se mata por conseguir  comida; cuando vemos que la gente pierde horas de su vida que debería aprovechar para vivir y no para sobrevivir al hambre; cuando vemos como una ciudad oscura, vacía, sin gente, luego de las 8:00pm; cuando vemos a la gente con miedo a salir porque le puede pasar algo, entendemos que el régimen ha sido exitoso… ¿Para qué cambiar eso si han impuesto un toque de queda voluntario y una política de empobrecimiento y hambre que hace que la gente acepte sus humillaciones? Cuando vemos más de 20 programas de seguridad que lo único que dejan es oficiales y ciudadanos muertos y hampa victoriosa, entendemos que estamos frente al gobierno de los segundos.

Pocos ven el panorama así. Pocos entienden los nexos de este régimen con el crimen organizado y el narcotráfico, con las mafias, con los grupos armados e irregulares, con la muerte. Como escuchaba ayer, ellos necesitan de la gente para que los elija, pero luego no la necesitan para elegir nada más, sencillamente van y nos someten, y todos nos hacemos presos de ese discurso, de esa realidad, de esa calamidad. Todos los legitimamos.

La vida se ha vuelto un antivalor. Los que nos deben proteger, son vilmente asesinados. Los que deberían estar presos por someternos, son los héroes que dan seguridad… a ellos mismos. La inseguridad es una política de Estado, la criminalidad lo es, la muerte lo es. Cuando un criminal mata a un policía como muestra de fortaleza dentro de su grupo y frente a otros grupos; cuando hay más balas en los barrios que en las estaciones policiales; cuando da más resultado vender un arma robada a un policía que ser policía; cuando los incentivos están dirigidos a la maldad y no a la vida, claramente entendemos que el objetivo es ese: que la bala gobierne.

¿Puede haber así futuro para un país? ¿Puede existir reconciliación y paz entre los venezolanos con un gobierno que exalta todo lo contrario? Mientras no entendamos que urge cambiarlos a ellos para luego cambiar a Venezuela, ellos seguirán cambiándonos a nosotros, transformándonos en lo que nunca fuimos… Seguirán haciéndonos creer que todo está bien mientras vamos mal, seguirán diciéndonos que todo su esfuerzo es para protegernos cuando en realidad es para hacernos vulnerables y manipulables. Necesitamos cambiarlos a ellos, necesitamos otra Venezuela; en fin… necesitamos que la bala deje de gobernar.