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Somos rehenes de nuestras propias contradicciones 

Uno nunca pierde el poder de asombro con el régimen. Tampoco con la oposición. Cuando creemos haberlo visto todo, se encargan de demostrarnos que siempre pueden ir un poco más allá.

En el caso del oficialismo, después de haber llevado a cabo contra viento y marea sus elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, aceleran la profundización del proceso. En solo horas, posesionaron a sus 545 constituyentes en el Salón Elíptico del Palacio de Justicia, comenzaron a sesionar, tomaron por la fuerza las instalaciones del Ministerio Público, destituyeron como Fiscal General de la República a Luisa Ortega Díaz y nombraron en su reemplazo al ex Defensor del Pueblo, Tarek William Saab.

Todo esto, a pesar de las fuertes advertencias que recibieron del mundo entero, incluido la del Papa Francisco. En un hecho inédito, el Vaticano le hizo llegar una carta al gobierno horas antes de la instalación de la Asamblea Constituyente, pidiéndole que la suspenda porque “hipoteca el futuro de los venezolanos”. Tardó tanto la Santa Sede en pronunciarse sobre lo que ocurre en el país que ha quedado claro que el Vaticano en relación a Venezuela siempre llega tarde y mal.

La reacción internacional no quedó allí. El sábado el Mercosur suspendió indefinidamente a Venezuela del bloque por la “ruptura del orden democrático”. Los cancilleres de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay analizaron en San Pablo, Brasil, la crisis que atravesamos y pidieron el inmediato inicio de un proceso de transición política.

Como si para los venezolanos todo esto no fuera suficiente, ahora también tienen una oposición que los decepciona. Al ciudadano no se le puede pedir más, lo ha dado todo. Cuando se le pidió que marche, marchó; cuando se le pidió que vote, votó; cuando se le pidió que pare, paró; cuando se le pidió que tranque, trancó. Cuando se le pidió que confíe, confió.

Sin embargo, un sector de la dirigencia opositora lo único que hace desde hace años es calcular políticamente cómo preservar sus parcelas de poder. Los mismos que en 2014 se sentaron en un diálogo para enfriar las protestas de calle, que en 2015 prometieron que ganando la Asamblea Nacional todo cambiaría, que en 2016 entregaron el referendo revocatorio a cambio de nada en el “diálogo”, que en 2017 continuaron negociando a espaldas de la gente; son los que ahora ignoran el mandato que 7,6 millones de personas les dieron en el plebiscito del 16 de julio y se preparan para ir a unas elecciones a gobernaciones en las mismas condiciones que denuncian como fraudulentas. Existe una sola explicación: ingenuidad o complicidad sin límites.

Mientras tanto, la comunidad internacional que nunca había estado tan clara sobre lo ocurre en el país ni tan decidida a pasar de la retórica a la acción, observa perpleja. Algunos incluso afirman que “no nos dejamos ayudar”. Tienen razón.

Somos rehenes de nuestras propias contradicciones y víctimas de las mezquindades de aquellos cuya práctica política fue lo que llevó hace casi 20 años al chavismo al poder y es lo que hoy lo mantiene ahí.

Nosotros, mientras tanto, seguimos siendo parte involuntaria de este gran circo.