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Luce más apropiada la plaza para tiempos de guerra que de paz, por lo que el siglo XX que sepamos, se enteró de un solo general en jefe: Eleazar López Contreras. Sin embargo, accedió al más alto grado militar en las horas postreras de su gobierno,  recibiendo quizá  el reconocimiento como el definitivo institucionalizador  de  las Fuerzas Armadas en Venezuela, empeño que tuvieron y desarrollaron, no sin accidentes, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en el esfuerzo simultáneo de consolidar el Estado Nacional.

Luego de los hechos de octubre de 1945, la victoriosa oficialidad media reemplazó a todo el generalato y, por bastante tiempo,  tenientes-coroneles y coroneles ocuparon el alto mando militar hasta que Marcos Pérez Jiménez se convirtió en general de brigada al abrir protagónicamente su gobierno, ascendiendo a general de división en los capítulos finales. A partir de 1958, generales de brigada y contralmirantes asumieron el rol estelar, por cierto, siendo prolongada la estadía de Ramón Florencio Gómez como ministro de la Defensa, con el referido rango del Ejército.

Es en la década de los setenta que se multiplican los generales de división y vicealmirantes, manteniéndose la promoción en las postrimerías de los noventa a la vez que Chávez Frías ascendió a más de treinta oficiales, violentando la por entonces vigente  Constitución, sin la debida autorización parlamentaria, a mediados de 1999. Empero, en el decenio siguiente, bajo la nueva Constitución y una ley a su medida, amplió el generalato dándole un grado adicional y, al hacerse común la designación más o menos anual de un general en jefe o almirante, satisfizo el sueño de muchos que no entienden la exitosa culminación de su carrera con olvido del distintivo sol en los hombros.

Además, en la última década y media, inventándose como grado militar lo que constitucional y hasta bolivarianamente derivó de la condición o carácter presidencial, como únicamente lo dispuso Gómez, el Comandante en Jefe puede directamente intervenir en el área operacional en sus distintos niveles, cuya comandancia cobra una superior importancia frente al área administrativa que encabeza el ministro del ramo. Y es con el actual titular del despacho que ambas áreas coinciden y, excedido en el tiempo de servicio, no sabemos todavía si Maduro Moros lo ratificará o su sucesor  ocupará ambas, ostentando los cuatro soles.

Así como el Presidente de la República también  es jefe de la hacienda pública nacional, de la política exterior e – inédito –  del partido de gobierno, también lo es de la corporación castrense, pero ello no impide que tales facetas no sepan del control parlamentario, por lo menos, como política pública. Cierto, exclusivamente le competen los ascensos militares, pero no menos lo es, por una parte, que ha de informar sobre el curso de las evaluaciones y permitir el debate público, pues, importa que las designaciones sean por entera motivación profesional   que redunde meritoriamente en la institucionalidad de la corporación, apegándose fielmente a la Carta de 1999; y, por otra, creemos prudente y necesario que no nombre o elija a un general en jefe o almirante, a objeto de restarle la significación que ha cobrado como un reconocimiento y un compromiso estrictamente de orden partidista, permitiendo ajustar a la Fuerza Armada a unas circunstancias tan difíciles como las actuales, requeridas de una respuesta democrática, justa, sensata y concluyentemente republicana.

@LuisBarraganJ