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Cuando la gente olvida, el poder se acostumbra a ser indoblegable; se acostumbra a ser eterno. En momentos tan trascendentales como los que vive Venezuela, urge que exista conciencia frente a ello. La gente prefiere olvidar y seguir como si todo estuviera normal. Olvido e indiferencia son dos armas letales en cualquier sociedad; y más en una que dice ser «participativa y protagónica».

Hace poco alguien me preguntaba cómo una nueva Asamblea Nacional (AN) podría cambiar el país. ¿La verdad? Fui bastante reservado con mi respuesta por varias razones: 1. Hablar con la verdad, en tiempos de imperante mentira, es un deber; 2. Prefiero que la gente esté consciente de lo que viene, sin vivir tanto de lo que realmente espera; y 3. El triunfalismo aconseja muy mal, sobre todo cuando las sombras amenazan con atacar y nosotros optamos por no verlas.

Cada vez que puedo lo repito: somos mayoría y lo somos desde hace mucho (más de lo que algunos creen, inclusive). Pero no basta con serlo, se debe actuar. Evidentemente ser mayoría es el primer paso que, junto a otros, garantizan un triunfo y su cobro real, su cobro político. En vista de eso, en lugar de aseverar que con una nueva AN automáticamente el país cambia, prefiero decir que con esa nueva AN que ganaremos (si hacemos lo correcto) el reto se vuelve mucho mayor y más duro.

Pero, ¿a qué me refiero con reto mayor? A que la gente debe estar consciente de que un triunfo parlamentario significa una nueva etapa de lucha, mucho más dura, quizás de más polarización y enfrentamiento, en fin, de más realidad y menos milagro. Escenarios hay muchos, pero ninguno se pinta como fácil. Prefiero decir que lo que viene es más difícil, que decir que de repente tendremos todo resuelto. Lo único que sé es que ver más allá sólo es posible teniendo los pies sobre la tierra en lo que hay que hacer hoy.

El asunto es que la gente olvida. Ese olvido es, por un lado, inducido e intencional con el propósito de que la gente no piense; por el otro, es propio, ligado a la desmotivación y a la visión de decepción y de «guayabos» que se vienen acumulando, uno tras otro. La indiferencia actúa exactamente igual. Son dos venenos en una sociedad amenazada con ser destruida.

Se nos olvida para qué es un parlamento. Se nos olvida que no es para pensar en cuántas autopistas se van a inaugurar, sino para debatir cómo, por qué y para qué el gobierno necesita construirla, cómo eso influye en el país, de dónde salen los recursos y si es trascendental o no. El parlamento no es para hacer gestión pública, es para medirla, evaluarla, controlarla. Si usted quiere ser alcalde, gobernador o ministro, no sea parlamentario; usted no puede ser juez y parte, arbitro y jugador. Eso es contradictorio.

Si se debaten temas relevantes para el país, quienes estén allí deben estar conscientes de eso. Son perfiles muy claros que deberían ser capaces de darle el debido peso a esa instancia de control en cualquier país normal. Para eso se eligen diputados, representantes o como les quiera llamar. No se trata sólo de aprobar leyes, se trata de pensar sobre éstas. Venezuela está llena de leyes y es el país de la ilegalidad.

Pero la gente olvida y sigue olvidando. No se puede hablar de cambio con el pasado como oferta. No se puede vender la idea del futuro si está amarrada a una visión que ya no es compatible con este país que tenemos.

Muchos podrán decirme que en la Venezuela de hoy no se puede pensar en términos de una AN normal. En efecto, pero, de ser así, es momento de comportarse de esa manera para todo: desde ver a quién nos enfrentamos -y entenderlo- hasta cómo combatirlo. No pueden decirme que si no hay un país normal, vamos a combatirlo con la cotidianidad de una democracia plena. La coherencia se nos hace urgente, por favor.

Hagamos un intento por no olvidar. No le dejemos todo a la fortuna o al destino. La historia es cíclica, es un laboratorio que no para de enseñarnos que las cosas se repiten y sólo depende de nosotros cambiar el rumbo.

Cuando pensemos en las elecciones, no olvidemos todo lo que hay detrás de estos casi 17 años, de cada ser querido que está lejos por la bala o por el avión, por cada preso político, por cada víctima de tortura o represión, por la humillación de la escasez y las colas, por el sufrimiento, por todo. No olvidemos gracias a quiénes estamos así, quiénes son los culpables. Piense a quién elige, recuerde quién es, reflexione sobre su papel, analice si es lo que lo representa. Sólo así, tendremos la AN y el país que aspiramos.

Ciertamente, tenemos muchos problemas, los peores tal vez. El miedo es la gran sombra que arropa con silencio la verdad, los principios y los valores. En nosotros está cambiar esa realidad porque, a final de cuentas, lo de Venezuela es un asunto de memoria.

Twitter: @Urruchurtu