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Vivimos en una Venezuela sumida en los más oscuros incentivos, que se traducen en extorsión, crimen y todo aquello que hace de un país la negación de sí mismo. Hoy, debemos sumarle una nueva manera de burla al ciudadano, de estafa,  de subestimación: el silencio.

Nuestra nación enfrenta los más oscuros momentos que en su historia haya podido atravesar. El país, prácticamente en las ruinas, es reconocido en el mundo entero como un peligro debido a nexos, actividades y acciones que distan mucho de ser dignas de un país con siquiera un mínimo de democracia. Pero ante esos atropellos, ante esa indignación y ante esa identidad que no nos definen en lo absoluto, recibimos lo que menos deberíamos estar esperando: el silencio.

Naturalmente, quienes se ven involucrados en denuncias y acusaciones optarán por callar, por negar y por achacar la culpa al otro. Pero tal actitud no deberíamos esperarla de quienes dicen ser una alternativa, de quienes pretenden llegar al poder y de quienes, en principio, son la oposición de esta Venezuela agonizante. Lo más correcto, sin lugar a duda, es que esa alternativa democrática, representada en el seno de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), dé un paso adelante, marque distancia y denuncie la terrible realidad que nos arropa. Pero, de nuevo, al no diferenciarse, caen en el mayor indicio de complicidad que puede existir: el silencio.

Lo peor no es eso. Lo realmente vergonzoso es que mientras algunos líderes y partidos dentro de la Unidad han denunciado tajantemente la naturaleza, carácter y forma de actuar de este régimen, recibiendo, por supuesto, los más duros golpes y castigos y asumiendo la valentía de enfrentarlos, son acusados por los “compañeros” de la misma oposición de ser radicales, de desviar el objetivo electoral y de ser “inoportunos” ante el momento que vive el país. La gran verdad es que el sentido de oportunidad muchos lo perdieron aquí hace rato y lo sustituyeron por el sentido del oportunismo. Ese oportunismo es el que hoy hace que prácticamente la impunidad se vea en brazos de aquello que reina: el silencio.

No conformes con vivir en un país hastiado de censura y represión, quienes deberían hacerlo todo por romper esas barreras, nos atan y hunden más en ellas. La mentira como política de Estado ha hallado como contraparte al silencio como política opositora. Cuando la mentira reina por un lado, y el silencio gobierna por el otro, difícilmente la verdad vencerá. Y sin verdad vencedora, todo lo que se haga terminará brindándole estabilidad a quienes nos han hecho creer en la miseria y en el fracaso como nación. Y en parte lo hemos permitido por una cosa: el silencio.

Algunos hablan de sensatez, piden determinación y exigen disciplina en las filas opositoras con claras miras hacia un objetivo electoral de dudosa realización y de amplísima desventaja. La dudosa realización está en manos del gobierno, quien juega a su antojo con el poder, y la amplísima desventaja la ha permitido a esa misma oposición que considera que una votación masiva y contundente, y sólo eso, puede derrotar al régimen que lo tiene todo, lo compra todo, lo mata todo y lo controla todo, participar sin exigir las mínimas condiciones electorales, sin ponerle freno a las imposiciones  y cambios que el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha ido estableciendo en detrimento de la identidad del votante y del secreto del voto. Una vez más, se impone el silencio.

Peor aún es escuchar a algunos opositores decir que es sensato que la MUD se enfoque en las Parlamentarias y no en denuncias de temas que parecen ser pocos trascendentales. Esos mismos son los que no se han dado cuenta que los tiempos han cambiado, que el país es otro, peor, más peligroso y destruido. Ellos son los que no han entendido que sin la dirección correcta, sin ejercer el rol que como oposición debe cumplirse, sin decir nada casi al punto de la indiferencia, sin hacer las cosas distintas a como ellos las hacían cuando gozaban de verdadera democracia, unas elecciones son realmente las poco trascendentales cuando la realidad avanza, arropa, condena. La ecuación cambió. Pero aún así insisten en decirnos que sólo votar es lo importante, de resto, nos pagan con lo mismo: el silencio.

De todo esto, lo más preocupante e indignante es que quienes dicen la verdad son castigados, acusados, señalados y estigmatizados. Los que dicen lo que va a pasar, lo que está pasando y lo que pudimos evitar, son los culpables, según otra parte opositora, de que las cosas no hayan salido bien. La verdad es que verse el ombligo solamente y no entender que la gran verdad es que, salvo esas excepciones, no hay oposición que se oponga a algo, nos va a seguir conduciendo al laberinto de la derrota, de la contradicción, de la humillación y de la complicidad. Si la verdad es castigada y si sólo se dice que hay que ganar espacios pero no se denuncia que el régimen hace todo para controlar todos esos espacios, amigo lector, no espere otra cosa sino el silencio.

Mientras eso pasa, todo lo demás ocurre: nuestra integridad territorial es pisoteada con respecto a la situación con Guyana, los medios cada vez más son objeto de censura y presión, la represión y la violación a los DD.HH es cada vez más sistemática, la escasez y la inseguridad son emperadoras de la desgracia, con la bala como gobierno, y aún así nos dicen que nada de eso es trascendental, que lo único que vale es el voto, que el voto es la única forma de sistematizar y redirigir el descontento, pero ninguno nos dice cómo el voto hace magia cuando nosotros hemos dejado que el mago, con sus artimañas, haga del voto todo menos un acto de confianza. Decir que un voto vale más que cualquier otra cosa, sólo nos llevará a la mayor insensatez de todas: el silencio.

Es inaceptable que esto esté ocurriendo hoy en un país que está clamando a gritos un cambio pero, con más fuerza, está clamando ver alguna actitud que dé señales de ese cambio. No es posible que Venezuela entera esté condenada a la miseria y que lo único que se diga es que una nueva Asamblea Nacional es la única solución, cuando sabemos que no lo es. Si hay una derrota, le echarán la culpa al elector, no a la miseria que gobierna. De nuevo se habrá impuesto el silencio y nada de lo que se diga será tomado como positivo. Por el contrario, la hoguera esperará a quienes defienden la verdad, y sólo habrá un claro vencedor: el silencio.

La miopía es el mal que más puede hacer daño a la política si no se le toma en serio. Echarle la culpa a la causa y no al problema que la origina, es un acto de estabilidad, de complicidad y de irresponsabilidad. Tomar como intrascendente lo que realmente ha destruido al país, hará que nada de lo que se haga, como alternativa democrática, sea tomado en serio. No desmarcarse de las denuncias, no decir ni una sola palabra y no defender la verdad, traerá consigo una derrota más dolorosa que las otras: una derrota moral. Estamos a tiempo, antes de que comencemos a pensar que todo esto se ha tratado del silencio como estafa.