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Derrotarlo es derrotar a una parte de nosotros mismos

Era casi la media noche del 25 de octubre y nadie podía creer lo que acababa de ocurrir. La mayoría pensaba que había algún error en las pantallas que mostraban los primeros resultados de la elección presidencial en Argentina.

No era posible que Mauricio Macri, el candidato opositor por Cambiemos, supere en los resultados parciales a Daniel  Scioli, el candidato del kirchnerismo.  La sorpresa tenía un motivo principal: todas las encuestas reflejaban una clara ventaja de casi 10 puntos de Scioli sobre Macri. Días después, los resultados oficiales le darían una victoria con sabor a derrota por menos de 3 puntos.

Los grandes perdedores de ese día fueron los encuestadores. Sin perder tiempo, comenzaron una frenética ronda por medios de comunicación para tratar de lavar su imagen, pero ninguno podía explicar lo que había ocurrido. ¿Por qué sus números habían pronosticado un resultado tan diferente?

La respuesta es más simple de lo que muchos creen. Quizás para los que vivimos en Venezuela sea más fácil comprender. Estos modelos, tanto el chavista como el kirchnerista, tienen una herramienta de la que necesitan indispensablemente: el miedo.

Este, como cualquier otro sentimiento, es difícil de analizar, porque es algo que no se ve, que no se puede medir. ¿Cómo medimos cuánto miedo tenemos? A diferencia de la mayoría de las variables, al miedo se lo identifica no por que lo genera, sino por lo que evita.

Los resultados de las encuestas en la Argentina reflejaron fielmente eso: millones de argentinos no se animaron a decir que iban a votar por Macri, el candidato opositor, porque temían las consecuencias que eso podía tener en sus vidas: perder su empleo, sufrir represalias, no gozar más de los planes de ayuda del gobierno, ser expulsados de las universidades públicas, etc. Sin embargo, el miedo no fue tan grande como para entrar con ellos al cuarto de votación. Allí, solos con su conciencia, votaron por lo que en verdad querían: un cambio.

Scioli y los kirchneristas lo saben tan bien, que inmediatamente después de las elecciones y de cara a la segunda vuelta el 22 de noviembre, profundizaron lo que ahora todos conocen como la “campaña del miedo”. Asesorados por el gurú en este tipo de maniobras sucias, el brasileño Joao Santana -también asesor de Lula, Dilma, Chávez y Maduro- comenzaron una despiadada arremetida contra Macri con la intención de que la gente crea que si él gana, lo que viene es el caos.

En Venezuela, la misma estrategia es implementada desde hace años. Cuando no hay nada positivo que mostrar, se tiene que exponer –o inventar- algo negativo del adversario. Si se sabe que no se puede inspirar, se tiene que hacer que el otro deprima. El objetivo es lograr en la gente la conclusión de “prefiero lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

Por eso, es indispensable que entendamos que la única manera de lograr el cambio que tanto anhelamos es movernos de donde estamos. Debemos romper con ese permanente estado de parálisis en el que nos tienen desde hace década y media.

De cara a las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre, al igual que los argentinos en dos semanas, nuestro gran rival a vencer es el miedo. Debemos superarlo para imponernos a la tragedia en la que vivimos. No es fácil, porque es un obstáculo que no se ve, que no está en lo que nos rodea, sino en nuestras entrañas. Derrotarlo es derrotar a una parte de nosotros mismos. A esa que nos paraliza, que nos tiene donde hoy estamos.

Twitter: @MiguelVelarde