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Esencial referente político de la ya prolongada crisis que nos aqueja,  la Fuerza Armada Nacional merece la atención experta de Luis Alberto Buttó, en un título reciente: “¡Disparen a la democracia! Los móviles de los golpes de Estado de 1992” (Negro Sobre Blanco, Caracas).  Autor que, por cierto, no teme al debate de los asuntos sobrevenidos de la vida cotidiana en un país de destino incierto, frente a otros que los soslayan, so pretexto de un pontificado dudoso desarrolla una profunda, documentada y convincente interpretación de la corporación castrense.

Señalándolos, ahonda en los antecedentes de la vanguardia, por lo demás, “esclarecida” (84),  que, al empinarse con ventajismo y deslealtad por encima del despreciado sector civil, expandiéndose en el aparato burocrático, se afinca en la relación entre seguridad interna y desarrollo nacional, erigiéndose como la élite gobernante, creída  y engreída, cual la más consumada expresión histórica del pueblo venezolano. Suerte de “Monte Olimpo ad hoc en el cual se congregan los militares adherentes al pretorianismo populista y radical criollo actuante de la segunda mitad del siglo XX en adelante” (197),  requirió –como nunca dejará de hacerlo– de una decidida tarea de investigación, con importantes y puntuales precisiones teóricas, basada en fuentes constatables y  también a la espera de los más atrevidos testimonios, con un dominio epistemológico y metodológico que muy bien expone Buttó, no sin sugerir otros senderos que siempre la sobriedad reclama (85 s., 90, 95 s., 104, 128, 205).

A nuestro entender, la revelación es la de un poderoso partido político que, al aliarse con sectores civiles tanto o más pretorianos, para realizar sus convenientemente indefinidas propuestas socialistas, concluye en un asalto organizado de la exhausta renta petrolera. Para más señas, pretendiendo una relación entre seguridad interna y desarrollo nacional, lograron el anti-milagro de quebrar al país, sometiendo a su población a una inmerecida crisis humanitaria y a las tan injustas como prematuras muertes violentas que alcanzan indecibles tasas anuales.

La extraordinaria  reflexión de Buttó, relacionando los hechos y las tendencias de un pasado que acuna en un presente ya de agotados espacios, suscita numerosas posibilidades para la discusión de un problema complejo y difícilmente digerible, cuya inicial solución reside en la transformación de un imaginario social que logra desmenuzar pacientemente y como pocos investigadores, contrastando con los “febrerólogos” de ocasión, parte un completo inventario, citando las más decisivas piezas testimoniales.  Esto es sólo posible por la claridad conceptual de un autor que, no en vano, ha rendido un merecido tributo a su maestro: Domingo Irwin, anudando a protagonistas y oportunistas, batidos  en la inmensa pesca de arrastre en la que se convirtió el chavismo, a falta de una mejor y más exacta denominación para el  caso y el período histórico que tarda en concluir.

Desmoronada  la disciplina en las otrora Fuerzas Armadas Nacionales, prendió muy bien la antipolítica (48) y, una vez ocupadas sendas posiciones de poder, la improvisación y la irracionalidad (84), para construir una alternativa de ascenso social de los militares más audaces que, pretendiéndose  redentores de un pueblo que encarnan como el que más, cuentan con panegiristas y “cagatintas” (101), al igual que intelectuales a lo Jacinto Pérez Arcay (166 ss.), dispuestos a ennoblecer la hazaña. Añadiéndole valor al estudio, Buttó se esfuerza en identificar a grupos e individualidades (144 ss.), remitiéndonos  a un ejercicio sociológico indispensable.

Muy atrás quedan los roles, apariciones y aspiraciones de oficiales como García Villasmil, Castro Hurtado, el entonces famoso comandante Godoy e incluso, Alberto Müller Rojas, pues con el Plan Andrés Bello para el subsistema educativo castrense en adelante, abordado con vocación quirúrgica por el autor en cuestión, zanjando las diferencias generacionales de la corporación armada. El pretorianismo llegó por una alternativa –acaso– insospechada, aunque siempre fue posible por la desatención o desocupación en el  ámbito que exclusivamente les compete: el de defensa y sólo el de defensa.  A partir de 1999, la élite gobernante por excelencia no es otra que la aportada por la(s) Fuerza(s) Armada(s) Nacional(es), colonizando al Estado como no se atrevió Pérez Jiménez, aunque gobernase en su nombre (127, 212, 220 ss.).

Confiamos que “¡Disparen a la democracia!”, sea anuncio seguro de una próxima entrega aún más densa, ya que sentimos, recorriéndolas, que le faltaron al catedrático de historia y al analista político más páginas para abundar en sus caros planteamientos. Nos referimos a un intelectual que ojalá adquiera una franca responsabilidad política, en el presente y en el futuro, pues hará falta para garantizar una transición democrática en una materia tan grave y delicada.

 

@LuisBarragan