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No podemos pretender hacer a Dios cómplice de nuestra irresponsabilidad

Nuestra relación con Dios es normalmente compleja. Los motivos son muchos, desde lo racional hasta lo esotérico, pero hoy no vale la pena entrar en reflexiones teológicas ni espirituales para explicarlos; en el país tenemos suficientes problemas terrenales que la dificultan.

Con un índice cercano al 70%, Venezuela es hoy el país con la inflación más alta del mundo. En materia económica, ese ni siquiera es nuestro mayor problema: los niveles de escasez que hemos alcanzado, sobre todo en alimentos y medicinas, están entre el 50% y 60%, y eso se traduce en las interminables colas que desde la primera semana del año se ven a lo largo y ancho de Venezuela. El salario mínimo, tomando en cuenta el aumento de 15% anunciado hace pocos días, será de 5.634,47 bolívares, lo cual, en términos reales, equivale a 31,3 dólares: es decir, 1 dólar diario. Ese incremento no es más que 25 bolívares diarios, lo que hoy no alcanza ni para una taza café.

Durante 2014, según el Observatorio Venezolano de Violencia, se produjeron en el país 24.980 muertes violentas, lo que nos sitúa como uno con los mayores índices de violencia en el planeta y el segundo en la región después de Honduras.

La semana pasada, la prestigiosa firma británica The Economist Intelligence Unit publicó un informe en el que califica al país como “uno de los menos democráticos de América Latina”. Entre otras cosas, las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas el año pasado ya no le son indiferentes a nadie.

Como si la realidad no fuera lo suficientemente trágica, tenemos que escuchar de algunos actores políticos frases que nos dejan desconcertados. Hemos llegado al punto en el que las personas que deberían ofrecer soluciones a los ciudadanos han decidido encomendarlas a la providencia. Entre “el tiempo de Dios es perfecto” y “Dios proveerá”, Venezuela se desangra económica, social y moralmente.

Es probable que incluso Dios nos mire con perplejidad y se pregunte: ¿qué más puedo proveer a un país que ha gozado de recursos naturales que le hubieran permitido tener una bonanza económica como pocos en el mundo? ¿Qué más necesitan además de todo lo que les he dado para ser una nación próspera con una sociedad con valores? No podemos pretender hacer a Dios cómplice de nuestra irresponsabilidad.

Mientras tanto, los venezolanos se ven obligados a buscar la manera de sobrevivir entre balas y anaqueles vacíos. El destino de este país y el futuro de las próximos generaciones está en nuestra manos. En el momento que comprendamos eso, será más fácil empezar a ser parte de la reconstrucción de Venezuela. De lo contrario, solamente seguiremos siendo parte de su diagnóstico.

Y sí, seguramente en ese momento Dios también nos dará una mano, pero cuando nosotros le extendamos la nuestra.

Miguel Velarde
@MiguelVelarde