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Viernes… anuncian que el Cupo Viajero y sus derivados han sido modificados bajo el eufemismo del ajuste, de la seguridad, de cualquier cosa menos sensatez. La gente, preparada para otro fin de semana del “todo pasa, nada ocurre”, se consterna, se deprime, se molesta.

De pronto, pareciera que el país, en vías a convertirse en sólo un recuerdo de lo que significa ser una nación, se paraliza en torno a una “injusta medida del régimen”. Exigen que el cupo no se modifique y que, por el contrario, se aumente. Palabras más, palabras menos, la gente exige un derecho sobre lo que verdaderamente es un control que no debería estar allí, pero que existe, que condena, que niega lo que somos: personas.

Puede parecer banal, puede parecer insignificante, pero de pronto, cuando nada más podría pasar en esta Venezuela que hace rato nos trata como extraños, la gente ataca la forma como nos controlan pero no el control. De pronto se olvida el estómago, se olvida la moral, se olvidan los sueños. Todo pareciera tratarse de defender el “derecho al cupo”, que no es más que defender el control y a quien controla.

Vale la pena preguntarse… ¿defenderemos algún día la libertad? Con ello no me refiero a la lucha por la libertad frente al régimen que nos oprime, eso es distinto. Me refiero a la libertad de ser nosotros y cada uno, la libertad de escoger, de decidir, de ser felices por sí mismos y no por lo que un grupo inmoral, corrupto y mafioso impone para nosotros.

Muchos han querido evadir la realidad. Negarla ha permitido convertir en cómplice a quien realmente es la víctima. De pronto, aceptamos para nosotros lo que unos pocos creen lo mejor para nuestras vidas. De pronto, la felicidad de cada quien es obligada a ser la felicidad de un todo que de todo pasa a ser total y de lo total a anularnos como personas. Sí, se trata de un modelo totalitario, con clara vocación y tendencia a destruir, que sólo busca el poder por el poder, sin importar lo que se lleve por el medio.

¿Por qué es el gobierno el que debe decirnos cuántos dólares podemos comprar? ¿Acaso la persona que trabaje y gane su dinero dignamente y ahorre para viajar no tiene derecho a comprar libremente las divisas que su poder adquisitivo le permite? ¿Por qué si alguien intenta ahorrar, en medio de esta economía destruida, para viajar dignamente, está condenada a comer y dormir mal porque el gobierno así lo quiere? Muy simple: la vida, la dignidad humana no les importa.

El país se hunde entre denuncias de corrupción y lavado de dinero a nivel mundial, mientras un grupito se enriquece, creyéndose dueño de Venezuela, condenando a sus ciudadanos a vivir miserablemente dentro y fuera de sus fronteras, irónicamente bajo el imbécil eslogan del “buen vivir”. Nuestra nación enfrenta el modelo de control social más férreo de su historia republicana, con la firme y absoluta intención de volvernos sumisos y anularnos como individuos, convertirnos en masa inútil, mendiga y doblegada. Lo más triste es que muchos ven esos controles como “derechos” y de pronto exigen cosas en torno a ellos, pero nunca su eliminación.

La sociedad ha sido cómplice de los controles, por acción o por omisión. Algunos por no tener opción, otros por oportunismo, otros por desinterés, pero todos han estado allí. La empresa privada pide revisión de precios, pero no piden que se eliminen los controles que los imponen. La gente pide que se les aumente el cupo, pero no pide que se les deje comprar libremente las divisas. La gente pide una Venezuela libre, pero sin libertad de ser nosotros mismos, dejando nuestra dignidad en manos de los indignos. Delegamos nuestra propia felicidad y dignidad, y nos quejamos de que nos utilizan… En fin, siempre les hemos dado la razón: preferimos reír al son del chiste del payaso malo, pero realmente queremos que el circo siga.

Parte de la dirigencia no dice nada de los controles. El silencio cómplice sólo pareciera decirnos que no pueden atacarlos porque tal vez los necesiten cuando lleguen al poder, si es que cuando lleguen encuentran país. Si ellos dicen querer un mejor futuro y plantean un cambio, pero ven en los controles parte de la solución, habremos sucumbido en la repetición de nuestra tragedia: el miedo al futuro en sí mismo.

Cada vez que un ciudadano defienda su “derecho a sus dos mil dólares”, le da la razón a los que han pretendido decirnos qué pensar, qué comer, qué hacer, qué ser. Cada vez que alguien defiende, consciente o inconscientemente el control, realmente está viendo la dádiva del régimen como digna. La dignidad no es una concesión que otro debe darnos. Lo primero que debemos aprender como sociedad es que la dignidad es un asunto de cada quien, es propia, es única.

Desde hace mucho nuestro país es pan y circo, pero sin pan. Desde hace rato Venezuela se convirtió en una supuesta jaula de oro, que terminó oxidándose, a la cual cada vez le pasan más llaves y le ponen candado. La primera llave, fue la propia implementación del control cambiario; la segunda, el no conseguir boletos; el candado, reducir paulatinamente el “merecido” Cupo Viajero. El control sigue avanzando, obligándonos inclusive a ser parte de la Banca Pública, para ser vigilados por los mayores saqueadores de la historia. ¿Lo más triste? Veremos a la mayoría haciendo colas para tener su cuenta en un banco del Estado, sin importar que eso se traduzca en humillación. Siempre será válido preguntarnos: ¿esto es lo que queríamos ser como país?

La dignidad cada vez parece estar más ausente. Por un lado, nos la han robado y, por el otro, la hemos entregado. Sin oponer resistencia, aceptamos ceder nuestra condición humana, para complacer a los que no han cedido en su afán de destruirnos. Colas, humillación, resentimiento… la fórmula mágica de los indignos para hacernos creer que en ellos radica la dignidad.

Pareciera que hoy todos pelearán por su cupo. Pareciera que todos, con una falsa idea de indignación, pedirán que les den lo que les corresponde cuando lo que les corresponde debería decidirlo cada uno según lo que aspira, lo que sueña. De seguir así, todo lo malo tendrá aún más cabida, todo lo maligno tendrá lugar y lo único que habrá quedado por fuera será la dignidad, nuestra dignidad. Sí, la dignidad sin cupo.

Twitter: @Urruchurtu