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Hoy en día, la dinámica del mundo parece estar inmersa en una crisis social, económica, ideológica y de valores que poco quiere aceptarse, pero la historia cumple ciclos y quizá estemos en presencia del nacimiento de una era. En tanto, la figura de los hombres, el hombre como representación, se impuso como respuesta ante la crisis de la década de los años 20 y 30; un desfile de hombres que decían encarnar el espíritu de los cambios que eran menester realizar y utilizaron a su favor el argumento de devolver el orden. Sin embargo, dada la imprecisión que rodea al término personalismo —aclaremos aquí— de manera puntual me refiero a la característica de aquellos que no sólo concentran en torno a sí los poderes, sino que su presencia reviste todos los ámbitos de la vida política hasta el punto de sustituir el proyecto por su propia persona, usualmente apelando a los sentimientos y a la afectividad frente a la racionalidad.

En efecto, se trata de un liderazgo que en su expresión máxima puede justificarse, por una parte, como la consecuencia derivada de sistemas presidencialistas que conceden facultades casi omnímodas al Ejecutivo y, el ejemplo de este tipo de ejercicio del poder por excelencia lo explica la célebre consigna de Luis XIV de Francia: L’état, c’est moi (el Estado soy yo). En contraste con esto, se encuentra la institucionalidad como el contrapeso del personalismo y, esta responde a una objetivación y despersonalización de las creaciones de la sociedad. Emperó, el conocimiento y comprensión de que los actores políticos involucrados posean sobre los procesos puede crear –o no- una tensa relación entre ambos, por lo que es importante tener en cuenta que cuando las instituciones muestran deficiencia en el mantenimiento del orden o de cumplir a cabalidad sus funciones en momentos convulsos de la historia, este tipo de liderazgo es el que se expone políticamente como la forma más convincente y aceptable por la población para restaurar la estabilidad.

Ahora bien, aunque este sea un fenómeno universal, que alcanza y se expresa en cada región sin distinción, no solo es especialmente intrínseco de los gobernantes sino también de los aspirantes al poder, quienes profesan desde antes un manejo carismático, extrovertido y desenvuelto de las masas, quieren ser la cara del cambio sobre lo habitual, declaran una ofensiva política contra poderes lóbregos, que acusan ser culpables de todos los males siendo ellos quienes tienen todas las soluciones, hablan en nombre del pueblo, o mejor dicho, del populacho, como lo distingue Hannah Arendt y, quisiera marcar aquí un inciso sobre las diferencias entre el pueblo y el populacho.

Aunque ambos agrupen una diversidad de grupos sociales, mientras el pueblo, en palabras de la autora, lucha por la representación, el populacho siempre exclamará a favor del hombre fuerte, del gran líder; por eso en los plebiscitos, los modernos dirigentes confían en el populacho para afianzar su imagen exaltando al hombre-masa. Entonces, ¿hablan en nombre del pueblo o del populacho? Hecha esta salvedad, de la misma manera se suma una amplia capacidad para atemorizar y sosegar a sus adversarios e introducirlos en el binomio del amigo-enemigo del que nos habla Carl Schmitt. Cualquier parecido con su realidad, siéntase libre de identificarse o no.

Casos abundan en el mundo y pongamos por ejemplo, uno más reciente y a escasas dudas el más radical de la América Latina moderna, el que construyó Hugo Chávez en Venezuela, con génesis en la conciencia de corrupción y frustración de una riqueza rentista mal gestionada y el agotamiento de un modelo político. De hecho, es resaltable que este personaje pudo hacer converger las diversas categorías de personalismo en un subtipo que emerge como típico populista en torno a una figura caudillista, autoritaria e histriónica que escaló a un personalismo de tipo mesiánico y mitológico, siendo mucho antes de su fallecimiento objeto de cultos, elegías y apologías.

Deteniéndonos un poco en el último punto, cabe preguntarse entonces: ¿Cuál es el estilo de liderazgo con el que el venezolano se siente a gusto? Ante esta interrogante, puede observarse un alto grado de personalismo político en su tradición histórica, llena de personajes autocráticos, dictatoriales y paternalistas, resultado de su perenne expectativa de la visión de una persona que indique un rumbo y un plan de acción.

No muy distante se encuentra la política latinoamericana, de la que podemos sentirnos afines y que puede definirse tantas veces como “populista”, en una opinión y percepción generalizada de un conglomerado de naciones suscritas por la preferencia de líderes carismáticos con gran habilidad demagógica que se valieron de las preocupaciones económicas para hacerse de sus promesas políticas sobre reformas sustantivas para un cambio; sin una ideología definida y empleando el recurso del nacionalismo para reunir apoyo, pudieron persuadir a las clases populares e inclusive a las no tan populares. No obstante, a modo de reflexión, puede decirse que esta es una secuela natural del devenir histórico de las naciones del continente americano que no gozaron siempre de su libertad.

Pero, particularmente en un contexto de instituciones débiles y de crisis políticas y económicas latentes, no solo en América Latina sino también en Europa —con mayor peso—-, los temas que posiblemente seguirán en las agendas públicas en el futuro cercano son los que buscan superar los problemas de representación ciudadana, las deficiencias del Estado y gobiernos en la provisión y manejo de los bienes públicos y la resolución de conflictos bélicos, coyunturas que serán aprovechadas por estos líderes ante el proceso de desprestigio en el que se encuentra la política a nivel mundial. De modo que, el ser humano debe comprender primordialmente que los acontecimientos surgen porque determinado ethos sociales así lo permiten: los votantes decepcionados, molestos y escépticos con los políticos en todo el mundo, cada vez más dan impulso al famoso ascenso de la antipolítica, por lo que queda de parte de la ciudadanía frenar o avanzar por este sendero.

@Nana_sanz