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En el marco de la celebración de su centenario, la programación de los foros alusivos comenzó con el realizado – significativamente – en la sede de la CTV, centrado en la perspectiva cristiana de Rafael Caldera. Nos correspondió intervenir como panelistas, complementando la brillante exposición que hizo Abdón Vivas Terán y, como siempre, la muy interesante y sugestiva de Naudy Suárez.

El tema, nada fácil para cubrirlo en un solo evento, nos permitió constatar y también descubrir algunas facetas del compromiso ético del yaracuyano  que, más allá de la práctica religiosa,   se proyectó al ámbito político concreto de los también difíciles años en los que le tocó emerger, pues, el debate público tenía otros y muy marcados parámetros, como el positivismo y el marxismo. Apareció una opción concreta de inspiración cristiana, a partir de la Unión Nacional Estudiantil (UNE), pero el solo planteamiento y revalidación política de un mensaje fundado en la enseñanza social de la Iglesia, constituyó una hazaña por su contexto e implicaciones.

Apartados de nuestra modesta exposición en el citado foro, a la espera de la publicación de las extraordinarias que aportaron Abdón y Naudy, deseamos recalcar una circunstancia: la inversión de valores, manipulados y tergiversados hasta el hastío, explica la crisis – por lo demás, prolongada – que hemos experimentado en los últimos años. Años orwellianos que, es necesario reconocer, trastocó y condicionó a la oposición, pues, sin demandar su pureza, su imposible pureza, hubo y hay sectores que reflejan o reproducen las convicciones y los procederes inherentes a un régimen capaz de generar tan perversa pedagogía.

El culto a la personalidad que ha caracterizado al régimen todos estos años, provoca una cierta religiosidad del poder escondida en el sincretismo de grupos,  incluso,  bien intencionados, que buscan o claman por su reconocimiento y beneficios. Y, con un mayor acento de Chávez Frías, ponderada la herencia por su sucesor, se hizo de la simbología, el lenguaje y determinadas actitudes, confiscándolas, a objeto de legitimar un discurso orientado al sedicente continuismo gubernamental.

Sectores del pentecostalismo y de la santería en Venezuela, añadidos los católicos (intentado un “cisma” en la Iglesia zuliana o la febril promoción como activista político de un jesuita), compelidos,  ilustran las consecuencias del discurso de confiscación, por no citar el abusivo empleo de sus símbolos y rituales, a veces no tan implícitos. Los especialistas advierten la tendencia de un movimiento mágico-religioso que, agotado, ya comienza a sincerar sus difíciles retos de supervivencia como movimiento político mismo.

Harto conocida fue, al fundar un partido de inspiración socialcristiana, la precisión que hizo Caldera sobre el carácter no confesional de la organización y, mejor aún, la diferenciación entre los ámbitos sagrado y terrenal. Tratándose de la jefatura del Estado, comprendió muy bien que no debía privilegiar la relación con una determinada creencia organizada, por más que coincidiera con su profesión de fe; y, naturalmente, expresando al país predominantemente católico, como jefe de Gobierno, que esa frecuente relación no fuese para subordinar a la Iglesia que, como acaeció, no pocas veces dejo constancia de su inconformidad con las políticas oficiales.

Inevitable fue  reflejar la conducta pública de un católico practicante, pero no menos cierto que respetó ritos y símbolos, predicó el pluralismo y procuró un lenguaje republicano, sin caer en la tentación de una obscena y directa manipulación de los elementos, como ha ocurrido hasta en las circunstancias más banales, a juzgar por la última   década y media en Venezuela. La diferenciación entre lo sagrado y lo profano, lo divino y lo terrenal, habla de una definida, cultivada y larga convicción religiosa que también constituyó una ventaja.

Ventaja como la de acreditar a los actores políticos que no temieron revelar su identidad religiosa, moderando sus opiniones y reclamos respecto a la  conducta ajena en el específico ámbito. Por estos años, el discurso confiscador se ha empinado – moralista – para sentenciar a los demás, como si monopolizara todas las virtudes; consta, por una parte, en la vieja prensa,  las preocupaciones y diligencias de Caldera como laico activo, y, por la otra,  la cuidadosa prudencia para no juzgar  públicamente las otras conductas religiosas, mucho menos, como un aventajado recurso político.

Hubo un respeto por la institucionalidad religiosa de las distintas creencias que hoy valoramos y, más, por los particulares símbolos y rituales de un ecumenismo convencido, contrastante – valga acotar – con el pastiche atribuido a los tiempos de la postmodernidad que se hizo impúdico poder. Coherente formación religiosa que no configuró fenómeno invasivo alguno de la sociedad, sino que la previno – políticamente – frente a los oleajes recurrentes de modas, oportunismos y otras modalidades fraudulentas.

El compromiso cristiano de Rafael Caldera, en las versiones de Vivas Terán y Suárez, ha suscitado un poco estas notas posteriores al foro en el que pretendimos versar sobre las relaciones del Estado con Roma, el impacto de la guerra civil española y su poder estigmatizador, la etapa pre-conciliar y conciliar, las distintas escuelas teológicas y su proyección política. No obstante, aunque el neotomismo del ex – presidente luzca evidente, queda pendiente explorar sus peculiares acentos teológicos, influyentes en una postura y una realización políticas.

Twitter: @LuisBarraganJ