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En la madrugada del 25 de agosto de 2012, usuarios de las redes sociales y vecinos a la refinería de Amuay alertaron de un bote de gas, que se mostraba como una nube sobre el sector y un pestilente olor que avisaba que algo malo se avecinaba. No era normal. Las bombas estaban fatigadas. Una hora antes de la explosión comenzó la fuga de olefinas de forma acelerada, rápidamente la desgracia producto de la ineficiencia trajo consigo la gran pérdida en esta región. En palabras de María Corina Machado: “Fue una tragedia petrolera, una tragedia económica y una tragedia humana, pero además una tragedia que pudo haberse evitado”.

Conozco el caso de una víctima que murió en su vehículo tratando de huir junto a su esposo. Eran vecinos de “El Campito”, residencia de los funcionarios de la Fuerza Armada, situada detrás del destacamento N° 44 de la Guardia Nacional, lugar en el que se encerró la nube. Ella corrió y entró al vehículo. Su viaje sería definitivo. La explosión llegó y trajo la tragedia. Su esposo quedó en la puerta, golpeado y quemado entre los escombros, aunque luego de un largo proceso quirúrgico y de recuperación sigue con vida.

Muy temprano en la mañana, al enterarnos de lo sucedido, buscamos información en internet. Entre las fotos, de los medios digitales se podían ver sus cosas, sus fotos, sus recuerdos. Sus vidas reducidas a trozos de material. Había cosas que podía reconocer, había estado ahí una vez. Esa es una historia en la que pienso siempre con mucha tristeza,  pero sabemos que hay cientos, miles más que, silentes, se quedaron sin contar.

La desinformación reinaba en ese momento. Incluso hoy, cuatro años después, muchas historias aún no se saben. Para desgracia de quienes gobiernan por la mentira, hay momentos que no pueden disfrazar. Las llamaradas y la desesperación no las tapaban las regalías, ni el cerco mediático.

Cuando ocurren tragedias como estas vemos de qué están hechas las personas que nos rodean, y que nos gobiernan también. Observé cómo la solidaridad surgió enseguida: cómo centros de acopio improvisados surgieron aquí y en todo el país. También vi con mucha impotencia cómo el hampa y los inescrupulosos se aprovecharon de la situación para robar viviendas y enceres de los vecinos de Amuay, que ante la desesperación sólo corrieron para salvar lo más preciado: La vida y la familia. Pero sin lugar a dudas, lo peor que vi y que aún retumba en mis oídos con indignación fue la frase célebre: “El show debe continuar”, en boca del difunto Hugo Chávez. La frase, sin más nada que agregar, habla por sí misma del personaje y de lo que traía consigo. La miseria no solo es el objetivo en la revolución, sino también en los sentimientos de su finado líder.

Cuatro años después, aún no hay responsables. Chávez murió no muchos meses después de pronunciar tal atrocidad. Rafael Ramírez, quien era Ministro de Petróleo y Minería y presidente de la estatal petrolera (PDVSA), fue premiado por su accionar, enviándolo como embajador de Venezuela ante el Consejo de Seguridad de la ONU, sin ningún tipo de sanción y sin moral para poner la renuncia ante lo sucedido, que estaba bajo su responsabilidad. A Petróleos de Venezuela le costó más de mil millones de dólares. La solución que ellos desplegaron ante lo ocurrido fue levantar un muro en la zona, al mejor estilo nazi. No por seguridad, por separar a los venezolanos de la verdad.

El miedo sigue latente en los paraguaneros, en especial en los trabajadores petroleros, la empresa con la que se levantaron muchas familias en la región no solo está destruida, sino que se encuentra en juego la vida de miles de personas de la zona todos los días, a manos hoy de la gestión de Nicolás Maduro, responsable, por acción y por legado, de la actual crisis que vivimos, la peor de nuestra historia republicana. Podría visitar hoy, él o cualquier miembro del gabinete, la intercomunal Alí Primera, Judibana o los barrios Ali Primera y Creolandia y decir que todo está bien, que el show continuó, que no ocurrió nada. Quizás dirían que la avenida está iluminada y pintada, pero eso no borra la tragedia, no borrará el sombrío recuerdo de los que la vivieron y perdieron la vida en ella, ni la tristeza con la que recordamos lo ocurrido y lo que vimos, que no son cuentos de camino o “guerras” inventadas.

A cuatro años de la tragedia de Amuay no solo recordamos lo sucedido y acompañamos a los falconianos en el dolor, seguimos exigiendo justicia para las víctimas y la verdad para los venezolanos, que si no llega ahora producto del secuestro de los poderes públicos y la ausencia de un Estado de derecho, llegará pronto con LA TRANSICIÓN a la democracia, que nos devolverá la paz.

@MartinezMiguell