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Para el año 1948, Alemania se encontraba profundamente afectada en cada sentido posible por las trágicas consecuencias de la guerra, aun cuando el régimen NACIONAL-SOCIALISTA alemán (Partido Nazi) liderado por Adolf Hitler, había sido depuesto 3 años antes. En contraposición, para el año 1950 Venezuela poseía el 4to PIB más alto del mundo.

Era la época en que se calculaba en Alemania que, un obrero podía comprar un plato cada cinco años, un par de zapatos cada doce, y sólo cada cincuenta años un traje formal; que de cada cinco niños de pecho sólo uno tenía pañales propios y de cada tres alemanes uno sólo tendría probabilidades de ser enterrado en su propio ataúd. Y en verdad que ésta parecía la única probabilidad que les quedaba.

Testimonio del enorme ilusionismo y de la ceguera del criterio económico planificador era el creer , apoyándose en balances de materias primas u otras bases estadísticas, que podía determinarse de antemano para largo tiempo, el destino de un pueblo. Aquellos mecanicistas e intervencionistas no tenían la más remota idea de la fuerza dinámica que se enciende en un pueblo tan pronto como éste puede recobrar la conciencia del valor y dignidad de la libertad.

Alemania, en pocas décadas, se convirtió en un laboratorio natural tan interesante en lo académico, como dramático en lo real. Los alemanes soportaron el auge de una hiperinflación salvaje, controles de precios, racionamientos desde 1939 y la lenta agonía y desaparición de la democracia. Vivieron una economía de guerra con una planificación digna del socialismo más rancio y, al final, la mitad del territorio, una planificación de “paz fría” dirigida precisamente por Moscú.

La hiperinflación trajo miseria, hambre y caos. Causó miedo e inseguridad incluso a aquellos que ya habían sufrido demasiado. Fomentó la “viveza criolla, promovió el desprecio por la autoridad y la subversión del orden público. La corrupción llegó donde nunca antes había llegado y donde no debería haber llegado jamás. La hiperinflación fue el peor preludio posible, aunque con varios años de distancia, de la Gran Depresión y de todo lo que vino después.

En solo cinco años, un país asolado por la guerra se transformó en una gran potencia económica. El llamado “milagro alemán” fue una hazaña, a cuya cabeza estuvo Ludwig Erhard, en la que no hubo intervención divina, sino mucho tesón y medidas adecuadas. Años después, tras la caída del muro de Berlín, los alemanes mantuvieron ese mismo espíritu.

No siempre fue así. A principios de la década de los cincuenta, el Times de Londres popularizó la expresión “milagro económico alemán” para intentar ilustrar con palabras lo que los números eran incapaces de hacer. Sus cronistas trataban de plasmar cómo un país destrozado por la guerra, con millones de muertos, ciudades desrruidas, el 20% de las casas desaparecidas y en medio de un cambio total había logrado, en apenas un lustro, una proeza económica como pocas antes en la historia.

La impresionante recuperación económica de un país destruido se explica por la adopción de las medidas necesarias en el momento más crítico. Berlín puso en marcha las reformas y leyes más duras cuando hacía falta. Se arriesgó contra la opinión de la ortodoxia dominante (bajando impuestos, liberalizando y eliminando controles) para generar crecimiento, en lugar de esperar a que este llegara para empezar a reaccionar. Y desde entonces ha hecho algo similar, por lo menos en dos ocasiones más.

En Venezuela, muchas de las recetas sociales en boga que como solución a la tragedia comunista se ofrecen, no son sino las mismas viejas ideas que parten de negar la libre iniciativa individual como la fuente del progreso. En aras del progresismo se vuelven a proponer bajo otros nombres, una y otra vez, las mismas fórmulas que nos han conducido precisamente adonde estamos. Con ello queda asegurada la perpetuación de la crisis, de la que viven cada día más políticos, militares, burócratas, asesores internacionales, organismos de ayuda del exterior y algunos facinerosos y charlatanes que, autodenominados “perseguidos políticos” bajo la fachada de “luchar por Venezuela” se vienen beneficiando también de la tragedia para impulsar sus apetitos personales, sus egos, los que, en ausencia de la tragedia venezolana, serían sencillamente imposibles de soñar. Una verdad debe ser dicha, ser chavista ha sido un negocio, pero para muchos, no serlo también.

Para quienes han comprendido que el fundamento del progreso, el milagro, es la iniciativa privada, la libertad para que cada quien pueda buscar su felicidad, no hay misterio en el éxito. El progreso es la simple consecuencia de las decisiones de todas las personas que buscan mejorar su propia condición en un medio social de respeto a los demás.

El “milagro” se produce cuando las instituciones sociales positivas, el Estado, la legislación, las organizaciones empresariales, las aduanas, los impuestos etc., no van en contra de la naturaleza espontánea del orden de la libertad, por lo que un gran desafío que afrontamos los venezolanos, es, luego de liberarnos a la brevedad del yugo comunista que actualmente nos oprime, digerir profundamente la gran verdad que es la ausencia de libertad en los individuos y no el exceso de ella lo que nos ha traído hasta acá, por lo que sería descabellado entonces continuar proponiendo como solución, gobiernos más o menos intervencionistas, que aun siendo mucho más moderados que el chavismo, sus funcionarios terminarían cayendo en los vicios del amiguismo, el partidismo, el tráfico de influencias, los sobornos, la auto asignación de multimillonarios contratos públicos además con sobre precio.

Venezuela no puede caer nuevamente bajo las garras de la clase más parasita e inútil que ha existido en nuestra historia: La clase política asumiéndose a sí misma como dueña del destino de millones de personas, en lugar de saberse lo que realmente son: nuestros servidores, nuestros empleados, nuestros subalternos, nunca nuestros jefes, nunca nuestros dueños. Una Nación con un gobierno que le sirve y no al revés, un gobierno con una Nación que le pertenece.

(@dmontenegrov1)

Coordinador estadal de formación de cuadros de @ventebarinas